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lunes, 11 de junio de 2012

LA SINCERIDAD

La sinceridad no es algo que debemos esperar de los demás, es un valor que debemos vivir para tener amigos, para ser dignos de confianza… Para ser sinceros debemos procurar decir siempre la verdad, esto parece muy sencillo, pero muchas veces cuesta más de lo que se cree. Se utilizan las ‘’mentiras piadosas’’ para ocultar cualquier cosa que para nosotros es una tontería, pero que en realidad a la persona que mientes haces daño, y esta pequeña mentira que en un principio nos es nada se va haciendo más y más grande hasta que la verdad se acaba sabiendo y sorprendiendo a quien mientes. La sinceridad no sólo se ve en las palabras, sino que también se demuestra por medio de nuestras actitudes. Cuando se aparenta lo que no somos (en la edad, trabajo, amistad…) se tiende a aparentar lo que no se es (más joven, inteligente, educados…) Si se descubre la gran mentira que nos han hecho creer se nos viene a la memoria el refrán: ‘’Dime de que presumes… y te diré de que careces’’ y entonces se produce una gran desilusión ya que se pierden las esperanzas de lo que la persona no es en realidad. También indicar que ‘’decir’’ siempre la verdad con palabras es una parte de la sinceridad, pero también hay que ‘’actuar’’ acorde con la verdad. Para ser sincero se necesita tener mucho ‘’tacto’’ y esto significa que cuando debemos decirle a una persona la verdad de lo que pensamos y esta verdad la incomoda debemos utilizar las palabras, las expresiones correctas ya que el primer propósito es ‘’ayudar’’ a esa persona, y esto es necesario para que la persona escuché y vea que lo que se la dice va con buenas intenciones y sin ánimo de ofenderla. La sinceridad también requiere valor ya que a la hora de decir la verdad a un amigo o a una amiga por ejemplo, el no decir la verdad no se puede justificar con no decirlo con el perder una buena amistad o por el concepto que se tiene de la persona. La persona sincera siempre dice la verdad, en todo momento, aunque le cueste, sin temor al qué dirán. Ya que vernos sorprendidos mientras mentimos es más vergonzoso aún. Al ser sinceros aseguramos nuestras amistades, somos más honestos con los demás y a la vez con nosotros mismos, convirtiéndonos en personas dignas de confianza por nuestra forma de comportarnos y nuestras palabras. Ahora te invito a leer este cuento. Mazazos No existen las pequeñas "mentiras piadosas", al encubrir al verdad se van acumulando y sólo hacen que al descubrirlo la decepción y el dolor sean mucho mayores E uUn lugar moderno cualquiera Un joven Daniel tenía un don especial: era el único capaz de ver el "mazo de la verdad" de todo el mundo. Al principio no sabía qué era aquel gran bloque de hierro que sólo él veía sobre las cabezas de toda la gente, pero con el tiempo, se dio cuenta de que estaba relacionado con las mentirijillas, esas que la gente dice para evitar herir a alguien, molestarle o contrariarle. Daniel había comprobado que cada vez que a una persona le contaban una de esas pequeñas mentiras piadosas, el mazo se separaba un poco más de la cabeza, subiendo hacia arriba. Así que cuanto más engañado estaba alguien, más lejos de la cabeza tenía el mazo. Al principio, a Daniel le hacía mucha gracia ver mazos verdaderamente altos, hasta que un día descubrió que los mazos también caían: cuando la persona descubría la verdad, era como si ya nada sostuviera el mazo en lo alto, y éste bajaba de golpe, machacando a quien estaba debajo. "Es curioso", pensó al ver en directo uno de aquellos porrazos, "toda esa gente trataba de evitar que este pobre señor sufriera, pero lo único que hacían era.. ¡coger carrerilla para darle más fuerte!" Aquel descubrimiento le pareció tan importante a Daniel, que escribió un estupendo libro sobre el tema. Todos le contaron lo mucho que les había gustado y lo buen escritor que era; le hicieron entrevistas y empezó a dar a conferencias y a sentirse genial por estar ayudando a tanta gente. Hasta que un día alguien le pidió que le firmara un ejemplar de su libro. Lo abrió, y vio que estaba vacío... y sólo tuvo tiempo de mirar arriba antes de recibir su gran mazazo. Nadie lo había leído. Un error de imprenta hizo que saliera vacío. Con tantas ilusiones destrozadas de golpe, Daniel tuvo fuerzas para sonreir. Verdaderamente, hacía falta un libro como el suyo... Autor.. Pedro Pablo Sacristán

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